Es cierto, la lengua es sólo una de las tantas dimensiones de la comunicación y de lo que significa ser humano en el mundo, pero tampoco puede negarse que su relevancia es tal en nuestro crecimiento, que puede condicionar la experiencia de la realidad: cada cultura configura y restringe, a través de la semántica, el léxico y gramática de su lengua, las posibilidades interpretativas sobre los hechos que ocurren a nuestro alrededor. Aquí entran en juego las creencias, costumbres y prácticas socialmente convenidas, además de la herencia biológica, la semiótica de los signos, la ciencia que desarrolla cada grupo humano.
Todo conocimiento es contextual, cooperativo, consensuado y se expresa a través de las posibilidades de la lengua que ese mismo grupo desarrolla. Pero cabe preguntarse, ¿permite ésta comunicar todo aquello que se desee? Por supuesto que no, y en ese punto está su mayor belleza y debilidad.
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